13/9/15

Cuentos: "ENTRE LOS MASAGETAS" - HERMANN HESSE [13-9-15]


ENTRE LOS MASAGETAS
HERMANN HESSE

Pese a que mi patria -si es que yo tengo patria- aventaja sin género de duda al resto de los países del globo terráqueo en encantos y espléndidas realidades de todo d de hace algún tiempo volví a sentir la comezón tipo, es de viajar e hice un viaje al lejano país de los masagetas que no había visitado desde la época del descubrimiento de la pólvora. Experimentaba curiosidad por ver hasta qué punto este pueblo tan famoso y valiente, cuyos guerreros antaño derrotaran al gran Ciro, había podido evolucionar y adaptarse a los usos de los tiempos que corren.

Y, efectivamente, en modo alguno quedé defraudado en mis expectativas sobre los intrépidos masagetas. Al igual que otros países que tienen la ambición de contarse entre los más avanzados, últimamente el país de los masagetas suele destacar a un reportero para todo visitante extranjero que se acerca a sus fronteras... sin perjuicio. naturalmente, de aquellos casos en que se trata de personas significadas, respetables y distinguidas, a las cuales se les tributa, como es obvio, más altos honores, siempre según su categoría. Si se trata de boxeadores o futbolistas, son recibidos por el ministro de Sanidad, si de nadadores, por el ministro de Cultura, y si poseen el título de campeones mundiales, son recibidos por el propio presidente de la nación o por su representante.

A mí no me dedicaron tales atenciones; yo era literato, y en la frontera me salió al encuentro un simple periodista, un joven agradable, de bella estampa, que me rogó le hiciera, antes de entrar en el país, una breve exposición de mi ideología y, en particular, de mis opiniones sobre los masagetas. Resulta, pues, que también aquí se había introducido ya este uso tan simpático.

-Señor -le dije-, permítame, ya que no domino su espléndido idioma, que me cifia a lo imprescindible. Mi ideología es la del país que voy a visitar, eso cae de su peso. Por lo que hace a mis conocimientos sobre su célebre país y pueblo, provienen de las mejores y más verídicas fuentes, a saber, del libro Clío del gran Herodoto. Lleno de profunda admiración por la valentía de su poderoso ejército y por la gloriosa memoria de la heroína la reina Tomyris, tuve ya en tiempos pasados el honor de visitar su país y recientemente he querido repetir esta visita.

-Muy reconocido -continuó, un poco más sombrío, el masageta-. Su nombre no nos es desconocido. Nuestro ministerio de Propaganda sigue atentamente todas las declaraciones que se producen en el extranjero acerca de nosotros, y así no ignoramos que usted es autor de un escrito de treinta líneas sobre usos y costumbres de los masagetas que apareció en un periódico. Será para mí un honor acompañarle en este viaje por nuestro país y hacer que usted advierta hasta qué punto han cambiado nuestras costumbres a partir de aquellas fechas.

Su tono de voz un tanto hosco me indicaba que mis anteriores declaraciones sobre los masagetas, a los cuales yo realmente quería y admiraba mucho, no encontraron ni mucho menos, un eco favorable en el país. Por un momento pensé en volverme, acordándome de la rei~ na Tomyris, que sumergió la cabeza del gran Ciro en un odre lleno de sangre, y de otras hazañas de este pueblo temperamental. Pero al fin yo tenía mi pasaporte y mi visado, y los tiempos de Tomyris ya habían pasado.

-Discúlpeme -dijo mi guía algo más amable- si tengo que insistir en poner en claro su ideología. No es que exista la menor acusación contra usted, pese a que ya visitó anteriormente nuestro país. No, se trata sólo de una formalidad, y en razón de que se ha referido a Herodoto un tanto unilateralmente. Como usted sabe, en tiempos de aquel escritor jónico, muy capacitado por cierto, aún no existía un Servicio de Propaganda y Cultura; por eso sus impresiones, algo frívolas, sobre nuestro país están desfasadas. Lo que no podemos tolerar es que un autor de nuestros días se apoye en Herodoto, y exclusivamente en él... Dígame, pues, señor colega, en pocas palabras qué piensa sobre los masagetas y qué actitud adopta frente a ellos.

-Yo estoy perfectamente enterado, por supuesto, de que los masagetas no solamente son el pueblo más antiguo, más humano, más culto y al mismo tiempo más valeroso de la tierra, de que sus invictos ejércitos son los más grandes, su flota la más poderosa, su carácter el más inflexible a la par que el más amable, sus mujeres las más hermosas, sus escuelas e instituciones públicas las más ejemplares del mundo, sino que además poseen en grado eminente aquella virtud tan apreciada en el mundo entero y que tanto se echa en falta en otros grandes pueblos, a saber, el mostrarse bondadosos y comprensivos con el extranjero, en razón de su misma superioridad, y no esperar del pobre forastero, nacido en un país inferior, que se encuentre a la altura de la perfección masagética. También sobre este punto procuraré informar con toda veracidad en mi patria.

_Muy bien -exclamó mi acompañante con bondad-. En la enumeración de nuestras virtudes usted ha dado, efectivamente, en el clavo o, mejor dicho, en los clavos. Veo que está informado sobre nosotros mejor de lo que aparentaba en un principio, y desde el fondo de nuestro fiel corazón le damos la bienvenida a nuestro hermoso país. Algunos detalles de sus conocimientos requieren todavía un complemento. En particular me ha sorprendido que no hiciera mención de nuestras valiosas aportaciones en dos importantes campos: en el deporte y en el cristianismo. Fue un masageta, señor mío, el que en la competición internacional de salto hacia atrás con los ojos vendados batió el récord mundial con 11,098.

-Efectivamente -mentí cortésmente-, ¿cómo se me ha podido pasar por alto? Pero usted se ha referido también al cristianismo como otro campo en el que su pueblo ha batido récords. ¿Puede proporcionarme informes sobre este punto?

-Por supuesto -contestó el joven-. Quería decir únicamente que sería bien acogido el que en su informe sobre este tema agregase amablemente algún que otro superlativo. Por ejemplo, tenemos un anciano sacerdote en una pequeña ciudad, a orillas del río Araxe, que ha celebrado no menos de 63.000 misas, y en otra ciudad hay una famosa iglesia moderna en la que todo es de cemento, y de cemento indígena: paredes, torre, suelos, columnas, altares, tejado, pila bautismal, púlpito, etcétera, hasta la última lámpara, hasta el cepillo de las ofrendas.

-Ah, ya -pensé para mí-, entonces tenéis también un párroco de cemento que predica desde el púlpito de cemento. -Pero me callé.

-Mire usted -prosiguió mi guía-, le voy a ser sincero. Nos interesa propagar todo lo posible nuestra fama como cristianos. Pese a que nuestro país abrazó desde hace siglos la religión cristiana y no queda ya huella alguna de los antiguos dioses y cultos masagetas, hay un pequeño. partido, muy fanático, que quiere introducir, como primer paso, los antiguos dioses de la época del rey de los persas, Ciro, y de la reina Tomyris. Ya sabe, una chifladura de algunos tipos extravagantes; pero la prensa de los países vecinos se ha hecho eco del ridículo asunto y lo relaciona con la reorganización de nuestro ejército. Se sospecha de nosotros en el sentido de que pretendemos suprimir el cristianismo para, en la próxima guerra, desembarazarnos más fácilmente de los últimos reparos contra el empleo de todos los medios de destrucción. Esta es la razón por la que veríamos consagrado que se subraye el espíritu cristiano de nuestro país. Por supuesto que no pretendemos influir en lo más mínimo sobre sus informes objetivos, pero le puedo decir en confianza que su buena disposición para escribir algo sobre nuestro cristianismo podría tener como consecuencia una invitación personal por parte de nuestro Canciller del Imperio. Esto, en confianza.

-Tengo que pensarlo -repuse-. El cristianismo no es mi especialidad... Y ahora me gustaría volver a ver el magnífico monumento que sus antepasados erigieron al heroico Spargapises.

-¿Spargapises? -murmuró mi colega-. ¿Quién es ese personaje?

-El hijo de Tomyris, que no pudo soportar la ignominia de haber sido engañado por Ciro y, al ser hecho prisionero, se quitó la vida.

-Ah, ya -exclamó mi acompañante-, veo que usted aterriza siempre en Herodoto. Sí, aquel monumento era muy hermoso. Desapareció en forma extraña. Mire, nosotros tenemos, como usted sabe, un gran interés por la ciencia, especialmente por los trabajos de investigación sobre la antigüedad, y en relación al número de kilómetros cuadrados excavados con fines de estudio, nuestro país ocupa en la estadística mundial el tercero o cuarto puesto. Estas importantes excavaciones, que se orientan principalmente a la búsqueda de yacimientos prehistóricos, llegaron hasta las inmediaciones de aquel monumento de la época de Tornyris; y como el terreno prometía grandes hallazgos, sobre todo en huesos de mamuts masagéticos, se intentó excavar a una cierta profundidad del monumento. Y éste se desplomó. Sus restos pueden verse en el Museo Masagético.

Me condujo al coche, que nos esperaba, y en animada conversación viajamos hacia el interior del país.

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