8/8/15

Cuentos: "Todo o Nada" - Ernesto Langer Moreno [08-08-15]


Todo o Nada

Las lágrimas en sus ojos no impidieron que mirara hacia delante y viera a su amigo Patricio cruzar la polvorienta avenida, dando brincos como un condenado, hasta acercársele y ponerle una mano sobre su hombro con cariño. " Así es la vida, amigo" le dijo, y éste entonces lo miró con una sonrisa sin gracia, desvanecida ya antes de empezar.

Acto seguido se dirigieron juntos al bar de la esquina, los dos cómplices del mismo silencio, a tomar el trago más fuerte que les pudieran servir.

Entonces, Camilo volvió a dar muestras de pesar y se cubrió el rostro con las dos manos.

Patricio, que era su amigo desde la niñez, conocía bien ese dolor fruto de la desgracia y la mala suerte, pues muchas, pero muchas veces, había perdido hasta la camisa en juegos de azar improvisados, en alguna habitación amueblada especialmente para el evento, en un barrio oscuro de una desconocida ciudad.

Pero él era un perdedor consumado, dilapidador de fortunas, oveja negra que arrastraba consigo la mala suerte como una pata de conejo. No como su amigo, perdedor casual, víctima ocasional de las circunstancias.

Después del cuarto o quinto vaso el desgraciado se le puso a llorar en el hombro, y musitó sus muy insoportables dolores, decaído y balbuceante.

Luego vinieron dos horas de estresante sufrimiento, en que él no dijo una palabra, y esperó a que la pena de su amigo se aguara, con la esperanza de ventilarla después, lo mismo que el alcohol.

" Era todo lo que tenía ", balbuceaba, " qué cosa más terrible", y entonces él volvía a pasarle su brazo sobre el hombro en signo de fraternidad y comprensión. No había más que se pudiera hacer.

La historia era simple, Camilo había trabajado buena parte de su vida como cajero de un supermercado, viendo como pasaba la plata ajena por sus manos. Consiente que esa monotonía hace que el cerebro se seque y el espíritu decaiga, permanecía allí desde las diez de la mañana hasta las 6 de la tarde, todos los días, como cuencas de un rosario maldito del que cualquiera diría; cada vez se hace más difícil de escapar.

El día en que se encontraron hacía varios años que no se veían. Desde su adolescencia en El Algarrobal, el fundo de su abuelo, en donde los padres de Camilo trabajaban. Allí crecieron juntos, unidos a pesar del muro que tan diferente cuna hubiese podido levantar entre los dos. Pero compartieron sueños y peleas, aventuras de juventud y experiencias espirituales profundas de esas que marcan para siempre.

Un buen día él partió abandonando el redil familiar para intentar encontrar su propio destino, mientras Camilo se quedó allá, fiel a los deseos de su madre, de que se convirtiera en un hombre bueno y trabajador como su progenitor. El tiempo pasó.

Por obra del destino él se convirtió en un amante de los placeres y el lujo, y para cuando recibió su primera herencia sus deudas eran tantas, que el monto de la misma no alcanzó para pagarlas.

En todo ese tiempo maduró su afición por el juego, y aunque nunca gozó de los favores del que podríamos llamar, "su Ángel de la Guarda", él prosiguió enviciado, perdiendo y agrandando la deuda, que únicamente el nombre de su familia le hacía posible contraer.

Estuvo de novio con una mujer exquisita con la que contrajo los sagrados vínculos. Pero el mismo hábito del juego le impidió tratar a su mujer como debía, por lo que el matrimonio no duró.

Lavó entonces su recuerdo con alcohol. Pero el alcohol mató también lo poco o nada que le quedaba de pudor .

Después recibió una segunda y generosa herencia con la que intentó enderezar su lastimosa situación económica. Y casi lo logra, sino hubiese sido porque las inversiones tampoco eran su fuerte, y los últimos pesos cayeron también en una oscura y fétida pieza olor a tabaco, llena de empedernidos y ansiosos jugadores.

Camilo por su parte encontró un empleo o dos, todos mal pagados, hasta que el dueño del supermercado le ofreciera hacerse cargo de una de las cajas registradoras. El dijo bueno, y con el aumento en los ingresos que esto le significó abrió una cuenta de ahorro en el banco, que fue engordando con el tiempo.

Su vida en verdad era monótona. El único sentido de todo eso era ahorrar, juntar pesos para cumplir algún indefinido sueño que sus noches solitarias no le permitían siquiera imaginar.

Hasta que de pronto, un buen día, y por casualidad, se le ocurrió que podría criar aves y venderlas. Gorriones, faisanes, pavos reales, tucanes y loros entre otros. Y sin saber porque, esto se le puso entre las dos cejas.

Con el tiempo abrigó la esperanza de adquirir un pequeño sitio, cerca del lugar de su trabajo, para acomodar sus pájaros.

Ordenado como era, su primer gasto fueron unos libros sobre el tema. Entonces maduró la idea y poco a poco se fue convirtiendo en un verdadero ornitólogo. Compró sus primeros ejemplares y mandó fabricar donde don Manuel, el carpintero, una jaula especial para sus aves. El tiempo pasó.

A los tres años de comenzado su proyecto Camilo ya tenía pavos reales, loros, faisanes y gallitos de la pasión que cuidaba como si fueran sus hijos.

Su favorito entre todos era, sin embargo, un pájaro gris y desplumado que había llegado solo, un día de invierno, en que la lluvia le dificultaba el alimentar a sus aladas criaturas. El pájaro se había posado en su hombro sin miedo y él, sin siquiera pensarlo, lo alimentó de su propia mano.

Una curiosa amistad comenzó entonces entre el plumífero y Camilo quien poco a poco, y sin darse cuenta, le fue entregando sus más profundos pensamientos.

Cada día el pájaro parecía escuchar sin distraerse y de este modo se convirtió para su amigo en la más potente de las terapias. Le hizo bien.

Más adelante Camilo pudo dejar su empleo en el supermercado, gracias a la venta de sus pájaros. El negocio comenzó a ponerse interesante y Brumildo, como llamó Camilo a su pájaro, pudo ser el oyente de un positivo y complaciente discurso, plagado de optimismo.

Por otro lado, el pasar de los años y desgracias hizo que Patricio perdiera un poco de su espíritu de aventura y que, después de mucho meditarlo, intentara cortar de raíz con el muy absorbente poseedor de su alma: el juego; pero no lo consiguió, y su otro archi-enemigo, el alcohol se ofreció para ayudarlo.

No había mucho entonces que pudiera hacer por salvarse a sí mismo, por lo que finalmente decidió volver a su lugar de origen pensando en encontrar allí algún respiro y tal vez solución para su atormentada y vilipendiada existencia.

Pero el asunto no fue fácil. Su raquítico peculio y sus muchas deudas una vez más complotaron en su contra por lo que no tenía siquiera el monto necesario para pagarse un mísero pasaje.

Sólo tenía refugio gracias al amparo generoso de algunas putas amigas que conociendo su trayectoria y desgracia se apiadaban de él y le prestaban auxilio por turnos.

Hubo de rogar a Dios como nunca lo había hecho para que un sólo golpe de suerte, uno sólo, le diera la oportunidad de volver a su tierra y tratar de redimirse.

Finalmente, con la ayuda de Erminda, una de sus amigas que le concedió en préstamo la mitad de las ganancias de una noche, tiró los dados y la suerte le abrió de par en par sus brazos, permitiéndole ganar lo suficiente para devolver el préstamo y pagar el pasaje.

Así, una noche clara de octubre, subió al bus que lo llevaría de regreso a su tierra, mientras su ropa aún olía a alcohol y a jaranda.

A pesar de que llevaba más de 15 años lejos, su pueblo no había cambiado mucho. Al pasar por el centro vio la misma peluquería de siempre, el almacén de doña Berta, la comisaría y la parte de atrás del supermercado de los Bustamante. La avenida principal, todavía de tierra, exponía también muy pocos cambios. Hasta las nubes parecían ser las mismas.

Como el fundo que había sido de su abuelo ya no era propiedad de su familia y no quedaba allí ningún familiar que lo acogiera, pensó en visitar a una amiga de su madre que lo conocía desde su infancia y que, según averiguó, vivía aún en las afueras del pueblo.

Esta lo recibió sin grandes expresiones de contento pero, le sirvió de comer, le preparó un buen baño y le contó de todos en el pueblo.

De Camilo le dijo que se había convertido en un próspero comerciante de bicharracos.

Al otro día temprano se fue para el pueblo. No le fue difícil encontrar las pajareras de Camilo y a su dueño alimentando las aves con un pájaro desplumado y flaco sobre uno de sus hombros.

Cuando éste lo vio lo reconoció de inmediato y lo abrazó y miró una y otra vez con efusiva sorpresa. " pero, Patricio, tanto tiempo", y Brumildo, celoso, voló hasta posarse sobre la rama de un árbol.

Patricio no se atrevió a contarle a su amigo acerca de su verdadera vida de jugador empedernido, sino que le dijo que la añoranza de su tierra le perseguía, y que estaba ahí respondiendo a un antiguo voto de volver a su tierra, profesado hacía tiempo.

Camilo lo invitó a quedarse en su casa.

Después de unos 15 días, Patricio, que había logrado pasar un buen período lejos del juego y la bebida, se preparó para partir. Pero Camilo para retenerlo le ofreció quedarse y ayudarlo con su negocio.

" Pero hombre", le respondió éste, " si yo no entiendo nada de pájaros ". " Aprenderás", fue lo único que obtuvo por respuesta. El tiempo pasó.

La antigua amistad renació, y fue esta relación la que logró la paulatina recuperación de Patricio. Tenía siempre vergüenza de confesar a su amigo acerca de su pasada vida y debió inventarle una historia.

Para Camilo, Patricio había sido a lo más la pobre víctima de un trágico destino. La pérdida de su fortuna y el fracaso familiar no eran sino muestras de cómo la vida puede tratar mal a un ser humano. Y Patricio lo dejó durante todo el tiempo creer en esa historia.

Todo fue como si algo en el cielo hubiese querido que las cosas cambiaran radicalmente para él. No sintió más por ahora la atracción por el juego y, aunque parezca difícil de creer, el solo aroma del alcohol le producía nauseas.

En realidad no recordaba haber sido tan feliz como entonces. Su piel cambió y sus ojos recuperaron el brillo de la juventud. Aseaba las jaulas y alimentaba los pájaros cantando. Hasta logró la aceptación de Brumildo, quien se posaba también desde entonces en su hombro, cuando Camilo estaba ausente.

El negocio iba de viento en popa y los ejemplares de plumíferos se sucedían unos tras otros. Por ese tiempo el nombre de Camilo se había hecho conocido en toda la región y los clientes aparecían constantemente.

Patricio entretanto aprendió las cosas para él más insólitas: conocer el sexo de los pájaros por el color de sus plumas y a imitar su canto con una similitud asombrosa.

Camilo como siempre conservaba su buen humor y su gusto sano por el trabajo.

Por las tardes los dos amigos se sentaban bajo una higuera a recordar viejos tiempos. Pero claro que todo se limitaba a os recuerdos de su primera juventud, como si los dos hubiesen hecho un pacto de no entrar a ventilar períodos menos prósperos. Sobre todo Patricio.

Un día de enero, caluroso y polvoriento, se presentó ante una de las pajareras un hombre elegante y bien parecido que, según dijo, había recorrido más de 1000 Km en busca de un ave rara entre todas, que pensaba encontrar en ese criadero. Patricio se ofreció para hacerle un recorrido por las jaulas, pero el pájaro en cuestión no estaba entre las aves de Camilo y el señor, que parecía estar decepcionado, esperó a que el dueño de los pájaros se presentara para hablarle.

En realidad su interés había sido desde un principio el proponerle un negocio a Camilo. El de la exportación de aves a Europa, según dijo.

Camilo se impresionó al escuchar las cifras expuestas por el aparecido inversionista y le prometió estudiar la oferta.

El hombre dio otra vuelta por el recinto y se despidió alargando su mano, dejándole una tarjeta. " Volveré en 10 días ", fue lo último que dijo.

Seis meses después el asunto no era el mismo. El negocio entero se había mudado a un terreno tres veces más grande y los pájaros, cada vez más extravagantes, partían en lujosas jaulas, fabricadas especialmente para su transporte, hacia el viejo continente.

Con el crecimiento del ritmo del negocio también crecieron las arcas y la vida burguesa y adinerada del nuevo socio fue ganando terreno en el espíritu de Camilo, el que hasta entonces había permanecido un hombre sencillo y sin más pretensiones que el de cuidar y alimentar a sus queridos pájaros.

Patricio, que vislumbró en todo esto un chispazo de su vida anterior, se mostró siempre reticente a embarcarse de lleno en el asunto, y sin atreverse a decirle nada a su amigo, intensificó sus charlas con Brumildo.

Camilo sin embargo cambió completamente de pelo. El éxito removió sus naturales cimientos y lo fue trastocando hasta que primero fue su ropa, que cambió a elegantes chaquetas y perfumados pañuelos, y luego fueron sus gustos, los que confesó ávidamente a su amigo y a Brumildo. Incluso decidió abandonar por primera vez su terruño para viajar a Europa acompañando a su socio y Patricio hubo de quedarse a cargo hasta su regreso.

El viaje duró poco más de dos meses y Patricio no recibió siquiera una carta durante todo ese tiempo.

A su regreso Camilo traía la cabeza llena de sueños. Quería abandonar el pueblo e instalar su negocio en la capital. Quería en definitiva lanzarse a lo grande y decía que su socio lo apoyaba. Patricio, por un momento, no pudo dejar de pensar que se había puesto insoportable.

Le trajo de regalo una miniatura de la tour Eiffel y una casita de cerámica hecha en el norte de España, además de una chillona corbata de seda italiana.

Se veía que sus gustos habían cambiado. Ni siquiera preguntó por sus pájaros y no dejó de hablar de su idea con un evidente delirio de grandeza.

Al comienzo de la semana siguiente se puso manos a la obra. Le pidió a Patricio que le ayudara a hacer el inventario y que pusiera en orden la contabilidad, mientras él se dedicó a levantar los muros de su nuevo proyecto: encargaría 100 aves raras del fin del mundo, mandaría hacer jaulas enormes que luego transportaría al recinto definitivo. Así su ambición creció sin detenerse. Tendría un verdadero zoológico en el corazón mismo de la ciudad, digno de epatar a cualquiera, en cualquier parte del mundo, inspirándose en el zoo de Amberes, Bélgica, que le había tocado la suerte de visitar y lo había deslumbrado con su increíble sector de aves nocturnas.

Patricio, sin decir una palabra, no aprobó la conducta de su amigo pero, agradecido como estaba prefirió callar y quedarse a la espera, dispuesto a apoyar y seguir al que se había convertido en su generoso benefactor.

Lo ayudó en todo lo que éste le pedía y el mono se armó.

Permítame aquí una palabra el lector para decir que en este relato, así como en la vida real, nunca todo es como se quisiera que fuese, y también en esta historia un no pequeño problema explotó justo cuando la idea se desarrollaba perfectamente.

Un día Brumildo no apareció durante toda la jornada, cosa que hizo a Patricio presagiar la más terrible desgracia. Cuando le contó a Camilo éste no le prestó importancia y continuó con lo que hacía.

Una hora después del medio día sonó el teléfono y, luego de un rato de conversación, Camilo estaba blanco como un muerto. Su socio, por alguna razón, retiraba su ofrecimiento de respaldar el proyecto, y era una decisión definitiva.

" Las cosas nunca vienen solas", se dijo Patricio, y se preparó a enfrentar algo peor.
Camilo salió como un loco sin pensar. Algo inusual en él acostumbrado a tratar las cosas con delicadeza.

El asunto se ponía negro aunque reflexionando, lo único que caía con esto era un sueño, porque lo esencial, el negocio, seguía ahí, sólido y rentable. Pero Camilo se agrió.

Las próximas 24 horas fueron insoportables. Camilo escupió maldiciones contra su socio y se mostró agresivo. Dijo que éste era un farsante, un mentiroso poco confiable, y que era la primera y última vez que le permitía una infamia como esta; que no era cosa de que un día si y otro no; que la seriedad ante todo; que el compromiso; y por último, que él llevaría a cabo su proyecto con o sin socio. Y mientras decía esto daba vueltas como un león en una jaula.

Entonces acudió a la banca, pero en ésta le ofrecieron prestarle solamente una parte de lo requerido como inversión. Tampoco en otro lugar pudo levantar fondos, a pesar de la defensa extremada que hacía de su proyecto.

Patricio a todo esto trató de calmarlo, pero al verlo tan decidido no insistió. El asunto iba de mal en peor. Ni siquiera Brumildo se dignaba aparecer.

Y al otro día, Camilo irrumpió en la habitación de Patricio con un mazo de naipes en sus manos diciéndole: " Quiero que me enseñes a jugar. Esta es la solución. Estoy seguro que sí. Apostaré doble o nada. No tengo otra opción."

Entonces Patricio, obligado por el honor y la amistad, debió sacar de su olvido la terrible llama de su pasión por los juegos de azar. A esa altura de su vida pensó que ninguna otra cosa hubiera logrado despertar esa afición que tanto mal le causara en el pasado. Pero en fin, era el momento de devolver una mano, así es que se puso a trabajar.

Le dedicaron gran parte del día a jugar y jugar. Patricio le preguntaba de vez en cuando como para asegurarse " pero, ¿estás seguro?", y Camilo le respondía que si, golpeando la mesa poniendo una carta sobre ésta.

No resultó para nada ducho en estas lides, más bien parco y quedado. Claro que no podía compararlo con la destreza obtenida después de años empapado de sufrimiento y dolor, revolcándose en el juego. El el juego lo llevaba en la sangre. Camilo no.

Nunca le preguntó cómo ni cuándo había sabido de su afición por el juego, porque el asunto es que después de enterarse con sorpresa, lo demás no tenía importancia. Esto le sirvió para aumentar su agradecimiento por un amigo tan leal, que aún sabiéndolo todo, quizás desde el principio, lo había acogido durante años sin decir una palabra.
" Full de reyes", "gano yo", gritó Patricio.

Camilo se puso poco a poco de malhumor y muy ansioso.

Era necesario que Brumildo regresara.

Camilo tenía sin embargo un plan. Acercarse a un grupo de juego en el que se apostara fuerte. Organizar una partida importante y arrasar. Al menos esa era su idea. Y hacia esto dirigía todos sus esfuerzos. La fuerza de la obsesión lo acompañaba, pues se mostraba dispuesto a todo para conseguir su fin.

Después de un tiempo y muchas diligencias había descubierto el lugar para el encuentro y organizado la partida con solventes y arriesgados jugadores. Lo que no había progresado era su destreza para las cartas. En esto seguía siendo un principiante sin muchos dedos para el piano.

Entonces, sin que su entendimiento se nublara, prefirió renunciar a ser él el jugador, rogándole a Patricio que aceptara ser su adalid en esa lucha.

Patricio de primeras no aceptó. " Ni loco", le dijo, " te imaginas la responsabilidad, además que todo esto no es más que una locura". Pero Camilo logró convencerlo arguyendo a que él sabía bien lo que hacía, y que como ya estaba todo arreglado, que un amigo avezado en el juego, apasionado y experimentado lo representara, sería su mejor carta. Patricio sintió que la sangre le hervía en las venas y por primera vez en mucho tiempo, deseó un buen trago de alcohol. Enseguida abrió una botella guardada por Camilo para las visitas y bebió, no sólo un trago sino que varios, hasta que cuando ya estaba medio eufórico, le contestó que si, que ganarían.

Es curioso como se puede llegar a tener una relación con un plumífero hasta el punto de echarlo tanto de menos cuando éste se ausenta. Brumildo no volvía y esto puso melancólico a Patricio, obligado como estaba de tener que asumir lo que acontecía sin nadie con quien contar para liberar sus tensiones.

Por las noches se desvelaba sin lograr conciliar el sueño a causa del espasmo que le causaba el estar sufriendo otra metamorfosis, pero ahora de regreso hacia aquello de lo que antes había escapado con tantas dificultades y después de tantos infortunios.

Comenzó a calmar sus nervios tomando nuevamente un poco de alcohol, limitando la dosis a solamente uno o dos vasos por día, creyendo tenerlo así todo controlado.

Con asombro reparó en que no había olvidado casi nada de sus antiguos manejos de jugador con cierta técnica. Porque a pesar de que si sacaba la cuenta era más lo perdido que lo ganado, no por esto dejaba de tener un estilo, el suyo, desarrollado y madurado a través de tantos torneos.

Casi se convenció que tenía una oportunidad y se sintió como antes, con un aíre frío recorriéndole todo su cuerpo, cada vez que alguna partida importante le esperaba.

El día del juego fue un día corto, pues la noche llegó sin demorarse. Camilo y Patricio salieron hacia el lugar de la partida no sin antes abrazarse y desearse buena suerte.

Allí les esperaban cuatro personajes que habían sido invitados al juego. Estos los recibieron gentilmente y en general el ambiente era cortés y agradable.

Sólo se aceptarían apuestas con un mínimo de un millón y la partida sería hasta la madrugada si fuese necesario, pudiendo retirarse cuando cualquier participante lo estimase conveniente. Pero la intención era jugar fuerte, mucho, ya que era un juego entre pesos pesados, decididos a batirse.

Cuando repartieron las primeras cartas Camilo no soportó los nervios y salió a tomar aíre atravesando la polvorienta avenida. Dieron las dos de la mañana. Patricio transpiraba.

Las manos, unas tras otras, eran duras, 20 millones, 25. Dos de los jugadores abandonaron el juego desconsolados.

Llegó el momento del todo o nada y Camilo no estaba allí para apoyarlo, aunque fuera asintiendo la apuesta con su mirada.

Patricio tembló. El pozo en juego era de varios millones.

De pronto pensó en que ahí, sobre esa mesa, se encontraba todo el pasado y el futuro, el esfuerzo y los sueños de su mejor y único amigo. Volvió a temblar, pensando en lo que aquello significaba.

Pensó en Brumildo y hasta creyó verlo revoloteando por la pieza bien iluminada. Cosa que tomó como un buen presagio y respiró profundo dándose aliento.

Faltaba únicamente que él mostrara sus cartas.

Sobre la mesa estaban tirados un full de reinas y una escala de nueves.

Había pedido dos cartas y hasta entonces las tenía sobre la mesa sin destaparlas.

Las cogió con lentitud. Miró su juego y no pudo evitar lanzar un grito de angustia y desconsuelo. Un grito tan feroz y tan violento que se escuchó clarito al otro lado de la polvorienta avenida, en donde Camilo esperaba hecho un güiro comiéndose las uñas.

Ernesto Langer Moreno .

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